La Universidad, cénit del sistema educativo formal, es el máximo escalón al que puede acceder un ciudadano con ambiciones de formación superior. Aún sólo por este único motivo, la Universidad debe ser inclusiva y equitativa.

Desde su origen, las universidades focalizaron su actividad en la formación académica y en su evolución se nutrieron de la investigación, en una sinergia que puede resumirse en el concepto de que “se enseña lo que se investiga”. En una etapa posterior, en la que el conocimiento devino en el capital principal de las actividades humanas y la clave del desarrollo de los países, las universidades se convirtieron en protagonistas centrales de la sociedad.

Campos como el de la educación se van enriqueciendo de manera sustancial con el advenimiento de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones. Las potencialidades pedagógicas que estas tecnologías conllevan han producido cambios en los paradigmas educativos -sacudidos recientemente en el contexto pandémico-, dando lugar a la aparición de la Educación Remota de Emergencia.

La franja etaria conformada por los estudiantes actuales pertenece a la caracterizada por ser nativos digitales, lo cual implica cohortes de estudiantes universitarios con una conjunción compleja de intereses y expectativas, que a la vez deben insertarse en un mercado laboral renovado, cambiante y altamente demandante.

Esta tensión obliga al docente a redoblar esfuerzos, ser capaz de desplegar estrategias pedagógicas y usar herramientas tecnológicas que permitan desarrollar el proceso de enseñanza-aprendizaje con una dinámica que resulte atractiva para el estudiante. La universidad así, de cara a esta problemática, debe ser capaz tanto de dar contención formativa a estos actores privilegiados del proceso de aprendizaje, como de sostener un sistema educativo basado en adecuados recursos tecnológicos, pero fundamentalmente en recursos humanos que conformen planteles docentes capaces de llevar adelante una oferta académica dinámica y atractiva.

Pensar un plan

Un plan estratégico realista que conjugue sinérgicamente la docencia, la investigación y la transferencia en un organigrama de gestión académica que haga de la vinculación con el medio socio-productivo la piedra basal de una institución inclusiva y responsable, debe ser fundamental para una universidad con proyección de futuro.

Consecuentemente, los espacios curriculares deben ser rediseñados desde una perspectiva flexible que permita al estudiante transitarlos adquiriendo los saberes de forma natural, eficiente y personalizada. Esto es, que el estudiante pueda seleccionar un trayecto de una oferta, de acuerdo a sus expectativas de progreso y, por qué no, de una vocación que se puede ir definiendo sobre la marcha en un mundo cada vez más dinámico tanto en cuanto a instancias formativas como a mercado laboral.

Implementar este proceso no es sencillo. Las universidades por lo general tienen trayectos curriculares fuertemente estructurados, que culminan en un diploma cuya obtención requiere atravesar un plan de asignaturas, algunas de las cuales tienen cierto carácter “histórico” en el currículo. Superar ordenadamente esta tradición no significa “romper” con saberes disciplinares imprescindibles.

Es necesario concebir las universidades y la educación superior que imparten como un entrenamiento intelectual de alto nivel. Los laboratorios, la ciencia palpable, son y serán parte esencial de este concepto. Deben ser parte constitutiva incluso de los trayectos curriculares que conduzcan a títulos intermedios, los cuales en el mundo moderno ya no admiten su interpretación como un escalón jerárquico menor, sino una opción de formación alternativa que las universidades no pueden dejar de ofrecer.

La sociedad necesita de protagonistas formados en educación superior para todas las etapas de los procesos productivos y de prestación de servicios. Esta sociedad bien llamada del conocimiento interpela a la universidad pública como un actor que no sólo debe dar respuestas a estos requerimientos, sino también guiar un desarrollo equitativo y armónico que permita al país ser protagonista de los avances tecnológicos que conlleven alto impacto social y productivo.

La responsabilidad social universitaria exige a nuestras instituciones un rol preponderante, posicionarse desde una actitud creativa para constituirse en una verdadera usina de conocimiento. La comunidad universitaria junto al Estado y la iniciativa privada deben poder trabajar juntos como un verdadero equipo, tener visiones superadoras, es lo que se espera de ella por su bagaje de conocimientos, su misión y objetivos institucionales. La universidad es parte de la sociedad que la sustenta y se debe a ella.

A soltar amarras

Para superar los exigentes desafíos que la aldea global plantea la universidad necesita soltar amarras, ponderar la imaginación para entrar de lleno en el siglo XXI con toda su fuerza creativa al servicio de los ciudadanos que deseen formarse en ella. La modalidad virtual genera oportunidades que trascienden condicionantes de horarios y de distancias. Ha quedado demostrado que los verdaderos condicionantes son los recursos y las capacidades tecnológicas.

Si la educación pasa a ser prioridad en las políticas públicas, no sólo en lo discursivo, es fundamental destinar recursos y el fomento de inversiones de tal manera de asegurar una adecuada conectividad que garantice el acceso a las instancias formativas a distancia.

Sólo una sociedad con un sistema universitario consolidado, basado en la generación y transferencia del conocimiento y con una organización estratégica orientada fuertemente a la vinculación tecnológica, puede ser protagonista del desarrollo sostenible de una nación soberana.